martes, 2 de marzo de 2010

Charleston

Una noche escuchamos música. Pusimos unánimemente algo de Beethoven primero, y Medardo se lucio poniendo después de la Sonata a la luna, una corta pieza de Cage. Calpernia escogió un género muy particular, música popular francesa de los sesenta. Estuvo bailando sola al ritmo de Gainsbourg por unos quince minutos antes que me hiciera gesto a que tocara algo de mi predilección. Calpernia siempre fue gentil y apropiada. Me decidí por escuchar charleston, encontré que había una compilación que de los más grandes éxitos de la década del 1920. Me entregue a bailar burdamente lo que creía y podía reproducir como el baile que he visto en películas y en fotos de nightclubs como el antiguo Bricktop. Medardo entro en un mal de risa al calificar mis intentos como antics causantes de ambas hilaridad y pena. Calpernia me acompañó, solidaria con la ridículez. No se ni entiendo como lograban desplegarse sobre el suelo esos bailarines del ayer... Luego de este experimento se nos hizo claro: Que algo tan banal como lo fue el charleston es, aparente y contradictoriamente, todo un arte.